La zona íntima está formada por tejido mucoso, permanentemente húmedo y con una flora propia con rol protector, ya que limita el desarrollo de otros microorganismos patógenos. Si examinamos una secreción normal de la vagina, vemos que es clara, viscosa, sin olor, con abundantes células de descamación y con un número reducido de microorganismos (mayoritariamente bacilos de Döderlain).
Durante la edad fértil y bajo la influencia de los estrógenos, el epitelio de la vagina produce glucógeno, que se degrada por la acción de estos lactobacilos a glucosa y finalmente a ácido láctico. Por efecto de este último, se mantiene un pH ácido en la zona (entre 3,5 y 4,5). Si se eleva el pH, se eleva también el riesgo de infección tanto bacteriana como fúngica.
De todos los microorganismos que colonizan la vagina, Lactobacillus es la bacteria más destacable. Es inocua para la vagina y, en cambio, tiene un papel de defensa. Produce ácido láctico, lo cual asegura que la mucosa vaginal sea un medio ácido (se mantiene a niveles de 4.5), protegiéndola de la mayoría de patógenos. Si el número de lactobacilos disminuye, la proporción del resto de bacterias de la flora –como Gardnerella o Bacteroides– aumenta y este desequilibrio pone en riesgo la salud íntima.
Una de las patologías más frecuentes en la época estival es la Candidiasis. Los síntomas más frecuentes son:
- Prurito, secreción escasa o moderada, disuria, cistitis y dispareunia
- Flujo: escaso o moderado, blanco, grumoso, espeso
- Eritema y edema en vagina o vulva
- En ocasiones pústulas
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